Es una disciplina que busca generar tecnología inteligente, es decir, dispositivos o máquinas que puedan realizar actividades a partir de una cualidad que podríamos llamar inteligencia, análoga a la inteligencia humana. Para el desarrollo de estas capacidades una de las preguntas más importantes es precisamente la de qué es la inteligencia y cuáles son sus características fundamentales. Por eso, la propuesta del matemático Alan Turing fue fundamental en la historia de la Inteligencia Artificial: el Test de Turing determinó que, para ser inteligente, una máquina debe “poder procesar grandes cantidades de información, interpretar conversaciones y comunicarse con humanos” (Taulli, 2019).
Todavía hoy se debate si esta es una definición satisfactoria de lo que es inteligencia, porque esas cualidades mencionadas no implican que la máquina sea consciente o que pueda aprender o actuar como un ser humano más allá de la programación que tiene. Frente a esto se habla de dos tipos de Inteligencia Artificial: la débil y la fuerte. La fuerte busca que la “máquina realmente entienda lo que está pasando. Incluso puede involucrar emociones y creatividad. En su mayor parte, es lo que vemos en las películas de ciencia ficción. Esta forma de IA también es conocida como Inteligencia General Artificial” (Taulli, 2019). En la IA débil “la máquina es programada con un patrón de comportamiento y usualmente se enfoca en tareas restringidas (Taulli, 2019).
Por sus funcionalidades de automatización y agilidad, la IA empieza a ser cada vez más utilizada en las compañías de todo el mundo. Se espera que un futuro no demasiado lejano muchos softwares puedan ejecutar tareas complejas que optimizarán el desempeño corporativo y permitirán que las personas se dediquen a tareas de creatividad empresarial más que a funciones repetitivas o mecánicas.